Mi querida Anaïs,
¿Qué
son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza? Lo mismo que
el deseo y el placer de verte mientras te desnudas y te envuelves en la
sábanas. Nunca has sido mía. Nunca pude poseerte y amarte. Nunca me
amaste o me amaste demasiado o me admiraste como la niña que toma una
lente y se pone a ver cómo marchan las hormigas y cómo, en un esfuerzo
incasable y lleno de fatiga, cargan enormes migajas de pan. Qué son
aquellas noches lluviosas en medio de la cama de un hotel. Qué el
recuerdo de nuestros pasos por la calle, en el teatro o en la sala de
conciertos. Qué son los recuerdos de los celos y de tus amantes y de
June y de mis amantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario